La dislexia es cualquier cosa menos un trastorno raro: se
estima que afecta al 10% de la población, o 700 millones de personas en el
mundo. Décadas de investigaciones psicológicas han localizado el problema en
las representaciones fonéticas del cerebro, que estarían distorsionadas en los
disléxicos. Un estudio de imagen cerebral con 22 voluntarios sin este trastorno
y 23 disléxicos demuestra ahora que las representaciones fonéticas en el
cerebro están completamente intactas, y que la verdadera razón de la dislexia
es un déficit en su conexión con las otras 13 áreas cerebrales implicadas en el
procesamiento de alto nivel del lenguaje. Las terapias del futuro deberán
basarse, proponen los autores, en mejorar esa conectividad.
La dislexia consiste en una dificultad para aprender a
leer con fluidez y comprendiendo bien el texto, pese a que los afectados tienen
una inteligencia no verbal normal, o a menudo alta. La disfunción no es
específica de la lectura, porque el disléxico suele encontrar la misma
dificultad para procesar el lenguaje hablado, y para pronunciarlo. Los
psicólogos han localizado el problema en el cartógrafo cerebral que se ocupa de
clasificar el magma sonoro del mundo real como un mapa de solo unas decenas de
fonemas, las unidades básicas de cualquier lenguaje humano.
Las letras del lenguaje escrito son intentos humanos de
mapear los fonemas como símbolos, más o menos acertados en según qué lengua. Pero
mientras que la facultad del habla está en los genes —es uno de los grandes
patrimonios genéticos comunes a toda la humanidad—, la escritura es una
invención con solo unos milenios de historia.
Los fonemas están en los genes, y las letras están en la cultura.
Pero la dificultad de leer del disléxico no tiene que ver con la visión de las
letras, sino con los fonemas que las letras significan. De ahí que una
dificultad de lectura tenga un fuerte componente genético. La dislexia tiende a
agruparse en familias, y es el triple de común en hombres que en mujeres.
El neurocientífico Bart Boets y sus colegas de la
Universidad Católica de Lovaina, el University College de Londres, la
Universidad de Oxford y el ETH de Zúrich han utilizado las técnicas más avanzadas
para examinar el cerebro en acción de una muestra notable (45 personas) de
voluntarios disléxicos y normales (entiéndase normales en el sentido de que
representan al 90% de la población mundial). Ello incluye la resonancia
magnética funcional, que cartografía (o ilumina) las zonas del cerebro activas
mientras el paciente hace tareas de lectura y demás, y las modernas técnicas de
computación que permiten detectar la conectividad entre unas zonas y otras:
tanto las conexiones estructurales, o estables, como las funcionales que
dependen de la tarea. Presentan sus resultados en Science.
Pero los mapas de conectividad han revelado una
diferencia consistente entre los dos grupos de voluntarios. Los mapas de
fonemas (el córtex auditivo primario y secundario) se conectan normalmente con
fuerza a las áreas lingüísticas de alto nivel, situadas en otra estructura
distinta, el giro frontal inferior, cerca de la sien. Aquí se cuecen los
análisis sintácticos y las asignaciones semánticas que se estudian en la
escuela, y que son las que dan sentido al lenguaje. Es la conexión del córtex
auditivo con estos procesadores de alto nivel la que está debilitada en las
personas disléxicas.
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