Desde que el concepto ‘plasticidad cerebral’ se abriera
paso en el estudio del sistema nervioso, son muchos los trabajos científicos
que se han realizado para averiguar el tipo de actividades que son capaces de
producir el cambio en la estructura de nuestro cerebro o en su forma de
trabajar.
Según las
estadísticas, el 40% de los españoles ha jugado a algún videojuego en el último
año. Cuando jugar se hace con frecuencia, sabemos que tienen lugar ciertos
cambios en nuestras funciones cognitivas como son las capacidades perceptivas o
la atención.
Además, jugar
puede ir asociado a modificaciones en determinadas áreas de nuestro cerebro.
Así lo describen Kühn y Gallinat (2013) en un artículo publicado en la revista
Molecular Psychiatry. En su estudio
realizaron exploraciones con resonancia magnética a 62 varones adultos y
correlacionaron el volumen de distintas áreas cerebrales con la cantidad de
tiempo que habrían dedicado a jugar a videojuegos a lo largo de sus vidas.
Los resultados de la investigación mostraron cuanto mayor
era la cantidad de tiempo destinada a jugar durante la vida, mayor era el
volumen de la sustancia gris de varias estructuras cerebrales: la corteza
entorrinal en las regiones parahipocámpicas izquierda y derecha, así como los
lóbulos parietales inferiores y occipitales izquierdos. Estas estructuras son
relevantes en la atención visual y el procesamiento de la información espacial
necesaria para tareas de navegación.
Pero lo más
interesante es que el tipo de juegos practicados por los participantes permitía
predecir el volumen de la sustancia gris entorrinal, siendo los más importantes
los puzles, los juegos de lógica y los que incluyen plataformas. Los de acción
y los basados en rol fueron los que influyeron negativamente sobre el volumen
de esa estructura cerebral, según apuntan los autores.
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