Un experimento ya clásico en Psicología demostró que el
miedo se aprende. En 1920 el psicólogo conductista James Watson y su
colaboradora Rosalie Rayner, ambos de la Universidad Universidad Johns Hopkins,
llevaron a cabo un experimento que hoy consideraríamos muy poco ético.
El “voluntario” para su investigación fue el pequeño
Albert, un niño de once meses. A Albert le dejaron jugar con una rata de
laboratorio, ante la que no mostraba ningún temor. Tampoco se asustaba ante al
presencia de otros animales con pelo, como un conejo. Pero Watson se preguntaba
si podría lograr que el niño temiera a la rata si hacían un ruido fuerte que le
asustara mientras jugaba con ella.
El estruendo lo provocaron golpeando con un martillo una
barra metálica fuera de la vista del niño. Después de repetir esa operación
unas siete veces, el sobresalto que experimentaba Albert al oír el ruido
mientras jugaba con la rata hizo que empezara a temer al roedor incluso en
ausencia del molesto estruendo. No sólo eso, el bebé generalizó su miedo otros
animales con pelo, como un conejo y un perro. Habían provocado en el niño lo
que los psicólogos denominan un miedo condicionado.
Miedo difícil de eliminar
Los investigadores pretendían después demostrar que el
miedo también puede desaprenderse. Esta palabra no sólo está en el diccionario,
sino que es fundamental en nuestra vida. Para ello habían planeado ofrecer al
niño golosinas y, mientras las degustaba, acercarle la rata para que lograra
deshacerse ahora de sus temores. Pero la madre del pequeño Albert, que trabajaba
como niñera en el hospital donde se llevó a cabo el experimento,
afortunadamente se llevó al niño antes de que pudieran comprobarlo. Hoy sabemos
que probablemente no lo hubieran logrado, porque el miedo condicionado es muy
difícil de eliminar.
Aunque ese experimento sea un ejemplo clásico de cómo
aprendemos a tener miedo, casi todos tememos a cosas aparentemente neutras a
las que hemos asociado a un hecho negativo. De hecho esa es la base también de
las supersticiones.
Casi un siglo después del clásico experimento de Watson y
Rainer una investigación publicada en el último número de la revista Science
explica cómo el cerebro es capaz de ligar el recuerdo de dos experiencias (oír
un ruido y jugar con una rata, en el caso de Albert), para que posteriormente
se despierte una sensación de temor persistente y difícil de eliminar.
Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts
han descubierto como dos circuitos del cerebro implicados en la memoria
colaboran para unir recuerdos de sucesos que han ocurrido muy próximos en el
tiempo. Se trata de una habilidad crítica que ayuda al cerebro a distinguir
cuándo tiene que poner en marcha una respuesta de defensa frente a una
potencial amenaza, como explica Susumu Tonegawa, que ha dirigido la investigación.
Esos recuerdos forman parte de nuestra memoria episódica
y siempre contienen tres elementos: qué, cómo y cuando. Y el encargado de
coordinarlos es el hipocampo. Lo logra con la ayuda de otra estructura próxima,
denominada corteza entorrinal, que recibe la información sensorial (sonidos,
imágenes) de otras áreas del cerebro.
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