La sociedad actual, efectivamente, impone unos ritmos de
vida diferentes. El "no estamos preparados" ha provocado, a lo largo
de las últimas décadas, que la decisión de formar un núcleo familiar y tener
hijos se haya ido demorando. Es casi impensable tener hijos hoy en día antes de
los 25 años, y muy raro tenerlos antes de los 30. En contra, cada vez es más
frecuente ver a gente rozando o superando los cuarenta, con canas y arrugas,
empujando un carrito. En algunos casos, por cierto, con más de un bebé dentro.
En esa composición entran varios factores. Uno, la forma
de vida actual, que tiende a intentar alargar la juventud y el disfrute del
ocio durante mucho más tiempo. Segundo, el cambio de mentalidad social, antaño
muy ligada a lo religioso y al esquema matrimonio-relaciones sexuales, que
hacía que muchas parejas se casaran para iniciarse en el sexo e,
irremediablemente, acabar teniendo descendencia de forma casi inmediata.
Tercero, el desarrollo y universalización de los métodos anticonceptivos, que
permiten evitar embarazos indeseados sin dejar de disfrutar de la vida sexual.
A todo esto se ha unido un factor más en la última
década: la crisis. La falta de oportunidades laborales para los más jóvenes ha
retrasado tanto su salida de casa como su capacidad para generar ingresos,
ambos factores fundamentales para poder iniciar una unidad familiar nueva.
El problema es que la sociedad puede marcar un camino,
pero nuestro cuerpo es tozudo y tiene sus limitaciones. En la adolescencia,
14-18 años, se alcanza plena madurez sexual, que se alarga hasta los 23-24 años
y, poco a poco, empieza a decaer. Antes de llegar a la treintena nuestras
posibilidades de generar vida van mermándose. Y no lo hacen de forma unitaria
en ambos sexos: los hombres van perdiendo poco a poco facultades, hasta que a
partir de los 55-60 años empiezan a tener una capacidad reproductiva
sensiblemente inferior, mientras que en las mujeres concebir a partir de los 35
puede ser complicado y prácticamente imposible hacerlo diez años después.
¿Qué quiere decir 'complicado'? Quiere decir que cada vez
hay menos óvulos, en términos generales, y dentro de los que hay, menor número
de ellos están sanos. Es, por lo tanto, cada vez más difícil poder fecundar, y
cada vez habrá mayor peligro de malformaciones o discapacidades en el feto que
resulte. Como toda estadística, dependerá de cada persona, pero en términos
generales nuestro ciclo físico se mueve en esos parámetros. El deterioro que se
inicia antes de llegar a los 30 años en las mujeres es, en cualquier caso,
exponencial.
El problema asociado a todo esto, y unido al desarrollo
también de las técnicas de fecundación artificial, es que existe la creencia de
que el paso del tiempo sólo afecta a la concepción 'tradicional', pero que las
técnicas de reproducción asistida pueden saltarse estas limitaciones. Falso.
Según una investigación al respecto publicada en National Perinatal
Epidemiology and Statistics Unit con datos de hace tres años en Australia y
Nuva Zelanda, las ayudas médicas actuales no son capaces de revertir la
decadencia de nuestro esperma y nuestros óvulos.
Todo esto respecto a la concepción, pero todo lo anterior
también tendrá consecuencias en el futuro, no sólo en la natalidad -que con la
caída de la inmigración en países como el nuestro se resentirá de forma
evidente-, sino también en la educación. Porque un padre con 40 años tendrá a
un adolescente a los 55, y a un universitario a los 60 ¿Pueden conectar las
necesidades de uno con las capacidades de otro? ¿Se corren riesgos respecto a
la educación de los hijos tenidos tan 'tarde' por la incompatibilidad física,
de cansancio o de ritmo de trabajo? Algunos expertos empiezan a alertar de las consecuencias
de educar 'tarde', con las capacidades físicas y el aguante mermado. Pero a
todo eso, lo de tener al crío todo el día enchufado a la videoconsola para
poder descansar un rato, ya llegaremos. Primero hay que tener al crío, lo otro
ya llegará.
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