En cuanto a su
misión, están involucradas en mecanismos tan distintos como el crecimiento, la
reproducción, la memoria y las emociones, entre otros muchos. De hecho, su
función global es coordinar la actividad de las células de distintos órganos y
mantener el equilibrio homeostático, esto es, velar por que todos los
parámetros vitales se mantengan dentro de una serie de constantes y nos encontremos sanos.
Sin embargo, para
que una hormona mande un mensaje a una célula, debe haber una proteína
receptora. Si esta falla, la célula no recibe el mensaje y las consecuencias,
por lo general, son desastrosas para la salud.
En la actualidad, la ciencia trabaja con hormonas como
posible solución a las lesiones cerebrales, la obesidad o el daño cardiaco. Se
acaricia, incluso, la idea de usarlas para fabricar el elixir de la felicidad.
Lo que sabemos de ellas es solo una sombra de todo lo que queda por averiguar.
Por eso, su estudio está muy lejos de haber finalizado.
Dopamina, la reina del placer
Para que uno de los múltiples mensajeros químicos del
organismo se pueda definir como hormona es condición necesaria que utilice el conducto sanguíneo
para comunicar órganos distintos. De ahí que exista cierta polémica sobre si
algunos neurotransmisores –cuya función principal es llevar mensajes entre las
neuronas, todas en el cerebro– son o no hormonas. Con la dopamina, no existen dudas.
Además de su importante papel como neurotransmisor, viaja por la sangre desde
las glándulas suprarrenales a diferentes partes del cuerpo. Y esos largos
recorridos se corresponden también con sus múltiples funciones. Pero es su
papel en las emociones lo que más ha atraído la atención de los científicos en los últimos años. Un
experimento dado a conocer en Nature Neuroscience demostraba cómo escuchar
música que nos gusta provoca la secreción de dopamina. Lo mismo ocurre con la
sensación de estar enamorado.
Quizá su relación con el placer explica su papel en las
adicciones.
En medicina, hasta ahora su aplicación clínica más
conocida es en el tratamiento del párkinson.
Tiroxina, la reguladora del metabolismo
En ocasiones, un conjunto de reacciones bioquímicas se
esconde detrás de la pérdida o aumento exagerado de peso. Cuando esto ocurre, es debido a una
mala regulación de la tiroxina, la principal hormona segregada por la glándula
tiroidea, que se localiza debajo de la nuez y sobre la tráquea. Su hiposecreción
es la responsable de ralentizar el metabolismo, lo que puede producir aumento
de peso, debilitamiento muscular, incremento de la sensibilidad al frío, disminución
del ritmo cardiaco y una pérdida de las actividades mentales de alerta. Cuando
se segrega en exceso, los efectos, igualmente indeseables, son justo los
opuestos.
Actualmente en medicina se utiliza para tratar
enfermedades causadas por deficiencia del tiroides.
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