Antes de convertirse en un respetado científico, todo un
doctor en biología que hoy ejerce como profesor e investigador de genética en
la Universidad de Barcelona, David Bueno practicó el taekwondo. Empezó de muy
pequeño y llegó francamente lejos. Tan lejos que su primer sueldo lo ganó como
profesor de este arte marcial. Pero era un profesor de cinturón marrón, no de
cinturón negro. ¿Por qué? «Para conseguir el cinturón negro no basta con
demostrar lo que sabes, tienes que ganar dos de tres combates. Y mi rechazo a
la violencia hizo que me quedara a las puertas», contesta.
Quizá desde entonces se venía preguntando si el ser
humano era una especie violenta por naturaleza y el ensayo que acaba de
publicar, junto a otros cinco expertos la Universidad de Barcelona, tenga como
fin responder de una vez por todas esa pregunta. De ahí que su título sea tan
directo: ¿Somos una especie violenta? (Ube). ¿Lo somos? «Lo somos, sí. Somos
una especie violenta por naturaleza. Por dos razones. Porque somos agresivos y
porque somos creativos. Sin imaginación no seríamos violentos», contesta.
¿Por qué no lo seríamos? «La agresividad es algo que
compartimos con el resto de animales. Es una emoción, como el amor o el miedo.
No es buena ni mala. No tiene connotaciones morales o éticas, simplemente es
parte del instinto de supervivencia. La violencia es otra cosa. Es una
agresividad consciente. Es un hacer daño queriendo hacerlo. Y para eso hace
falta imaginación. Creatividad. El ser creativo es capaz de relacionar dos
cosas que no tienen una relación natural. Su deseo de imponerse con la forma de
conseguirlo, por ejemplo. El hombre sabe que siendo agresivo puede conseguir
algo», asegura Bueno, experto en la genética del desarrollo y neurociencia, y
en su relación con el comportamiento humano.
Pero el factor determinante del nivel de agresividad de
una persona es la cantidad de testosterona con la que ha nacido. «La
testosterona masculiniza el cerebro en los primeros tres meses de gestación y el
ambiente en el que crecemos puede masculinizarlo aún más o todo lo contrario»,
sentencia Bueno. Por ello es importante no reforzar comportamientos en exceso
masculinos en los niños que ya de por sí son masculinos. «Hay que ofrecerles
todo tipo de juguetes, no sólo aquellos que refuerzan un tipo de comportamiento
concreto», dice el investigador.
La testosterona, asegura Bueno, es una hormona que
impulsa a dominar. Las mujeres también la tienen, pero su nivel es menor, de
ahí que «el 90% de la violencia en el mundo la ejerzan los hombres». De hecho,
lo más probable es que las mujeres que llegan a posiciones de poder tengan un
nivel de testosterona mayor.
Ligado a la idea del líder, otro apunte interesante del
ensayo tiene que ver con el terrorismo. «Tendemos a pensar que el terrorista es
alguien terriblemente malo y se ha comprobado que aquellos que se inmolan
tienen, por el contrario, un exceso de empatía. Los que no son empáticos son
los líderes, casi mesiánicos, que les convencen de que deben sacrificarse para
favorecer a su grupo. Pero, ¿cómo alguien tan empático mata a otras personas
que también sufren? Aquí es donde entra en juego otra vez la imaginación. Un
león no puede desleonizar a otro león, pero un ser humano sí puede deshumanizar
a otro. Podemos convertir a las personas en cosas. Es así como podemos
torturar, por ejemplo», explica Bueno.
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